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miércoles, 29 marzo 2023

El Padre Celestial como Testigo del Hijo

La importancia de la ley de los testigos

Entre los preceptos jurídicos de la ley de Moisés muy pocos están presentes de manera tan abundante en las Escrituras como la ley de los testigos. El principio es muy sencillo: ningún caso legal era bien aceptado sin la presentación debida de testigos. Si una persona sola declaraba un hecho, su palabra corría el riesgo de ser puesta en duda. Cuantos más testigos se presentaran en un caso (y testigos de calidad, por supuesto) más convicción se tenía sobre la veracidad del hecho presentado. Por lo tanto, como mínimo eran solicitados dos o tres testigos.

Este principio no sólo regía los casos presentados ante los tribunales, sino que también llegó a regir en cuanto a los principios de doctrina. Si se quería establecer la veracidad de un hecho, fuese legal o religioso, al menos dos o tres testigos eran necesarios para establecer el crédito en aquellos que recibían el relato de este hecho.

La ley de los testigos en los cielos

Este precepto, presente en la ley de Moisés como guía en los asuntos en la tierra, también es respetado en los cielos, a tal grado que cada miembro de la Divinidad es un testigo de las verdades sagradas. Juan el apóstol nos afirma que la Trinidad misma está constituida como un sistema de testigos de las cosas divinas, y que, por tanto, son «tres los que dan testimonio en el cielo» (1 Juan 5:7), en armonía con la ley de los testigos. Cada miembro de la Trinidad da un testimonio diferente y el testimonio de los tres es complementario.

El testimonio de Jesús

Jesús mismo es un testigo y como tal presenta los hechos de la ley divina, dando testimonio de su veracidad. No obstante, Jesús se da cuenta de que, si ha de ser creído entre sus escuchas, su testimonio no debe ser presentado como el de «un hombre solo», sino que debe ser ratificado por otros testimonios, además del propio. Entre los testimonios que presentó además de su sola palabra está el testimonio de los hechos milagrosos que realizó, que fueron hechos de manera pública y en los cuales manifestó poder que sólo podía manifestar como enviado de Dios. En cuanto al testimonio verbal, Jesús recordó que tanto Juan el Bautista como otros profetas se habían referido a él, pero destacó que este testimonio era menor, pues además de estos contaba con el mayor de todos los testigos posibles.

El testimonio de Jesús es ratificado por el testimonio del Padre

Jesús indicó que era el Padre Celestial mismo el que testificaba de él (Juan 5:31-32). Cuando Jesús dijo esto lo dijo en tiempo pasado, como si el testimonio ya se hubiese presentado (Juan 5:36-38; Juan 8:17-18). Y era así, puesto que quienes estuvieron presentes en el bautismo de Jesús tuvieron el privilegio de escuchar la voz del Padre testificar sobre la identidad del Hijo, así como de la necesidad de escucharle y seguirle (Mateo 3:17). En una ocasión posterior, también en un evento público, los presentes volvieron a escuchar la voz de Dios el Padre confirmar de nuevo este testimonio (Juan 12:27-28).

El principio general

Para apreciar en su verdadera dimensión la importancia del testimonio del Padre acerca del Hijo, debe uno considerar que la caída constituyó la separación entre Dios el Padre y los hombres, a tal grado que ningún acercamiento al Padre se da ahora sino a través de Jesucristo (ver Juan 14:6). Por lo tanto, el hombre no volvió a ver ni a escuchar a Dios, el Padre Celestial, excepto con un solo y bien determinado propósito. La siguiente cita de Robert L. Millet explica este principio general:

El presidente [Joseph Fielding] Smith ha explicado: «Toda revelación desde la caída se ha dado a través de Jesucristo, que es el Jehová del Antiguo Testamento. En todas las Escrituras, donde Dios es mencionado y se ha aparecido, ha sido Jehová… El Padre nunca ha tratado directa y personalmente con el hombre desde la caída, y nunca ha aparecido excepto para presentar al Hijo y dar testimonio de él.

Robert L. Millet

The Ministry of the Father and the Son. In Paul R. Cheesman (Ed.): Book of Mormon: The Keystone Scripture.

De manera que la única razón por la que el Padre ha sido visto o escuchado por el hombre ha sido para recibir de él este sobresaliente y fundamental testimonio.

Antes del nacimiento de Jesucristo

Son, por tanto, pocos, pero de elevada importancia, los relatos que tenemos disponibles sobre la aparición de Dios el Padre al hombre, y todas son con la finalidad de presentar a Jesucristo y dar testimonio de él. Esta presentación se dio, de hecho, con muchísima anticipación. Algunos de los testimonios directos de los que tenemos noticia antes del nacimiento de Jesús incluyen a profetas como Moisés, Isaías y Nefi.

  • Moisés, el Padre Celestial indicó que Jesucristo es para él «Mi Amado y mi Escogido desde el principio» (Moisés 4:1-2).
  • Isaías recibió testimonio del Padre sobre la necesidad apremiante de escuchar a Jesucristo para evitar el castigo eterno (3 Nefi 21:20).
  • Es muy interesante la lectura del capítulo 31 de 2 de Nefi desde esta perspectiva. Durante su discurso Nefi incluye declaraciones directas que hacen notar que previamente había podido escuchar tanto la voz del Padre como la de Jesucristo (2 Nefi 31:14-16). Entre las cosas que había recibido directamente del Padre Celestial se encuentra la declaración directa sobre la necesidad del bautismo «en el nombre de mi Amado Hijo» (2 Nefi 31:10-11)

Durante la misión terrenal de Jesucristo

De hecho, fue precisamente durante el bautismo de Jesús que el Padre Celestial dejó que su voz se escuchara nuevamente para que los presentes fuesen convertidos en testigos de la divinidad de la misión de Jesucristo. Todos los evangelistas sinópticos registran este testimonio (ver Mateo 3:17; Marcos 1:11 y Lucas 3:22). Aunque, curiosamente, Juan no registra este testimonio dado por el Padre desde los cielos, sí muestra cómo Jesús hizo referencia a él, recordando a sus escuchas que una vez ya habían recibido el testimonio del Padre (Juan 5:36-38; Juan 8:17-18).

Por su parte, Pedro, Santiago y Juan, los apóstoles que Jesús escogió para ser líderes principales a la cabeza de su Iglesia, recibieron un paso privilegiado en su formación cuando fueron invitados a presenciar un evento sublime en el cual Jesucristo se transformó a su vista, recibió visitas de ángeles desde los cielos (Moisés y Elías) y la voz del Padre Celestial se dejó escuchar para que ellos recibieran, de manera inequívoca, el testimonio supremo sobre la divinidad de Jesucristo.

Aunque el relato que tenemos en la Biblia sobre este evento del Monte de la Transfiguración no es definitivamente completo, es evidente que la impresión de este incidente fue imborrable para todos los participantes. Carecemos, lamentablemente, del testimonio de Santiago, el hermano de Juan, en este respecto, pero sí tenemos el testimonio de Pedro y de Juan, que seguían recordándolo con claridad muchos años después. Pedro expuso a sus lectores cómo «una voz le fue enviada desde la magnífica gloria» para confirmarle la divinidad de la misión de Jesucristo, más allá de la revelación que había obtenido ya antes, cuando le confesó como el Cristo, ahora esa revelación era indudable (2 Pedro 1:16-18). Juan el apóstol rememora la ocasión en que «vino una voz de los cielos que decía: Este es mi Hijo Amado» (DyC 93:15).

El testimonio del Padre después de la resurrección de Jesucristo

Aún después de que Jesucristo resucitó, el Padre expresó su testimonio a los pueblos visitados por Jesús en cumplimiento de su promesa de visitar a las ovejas esparcidas de la casa de Israel (Juan 10:16). Al pueblo reunido en torno al templo de Abundancia que miraba con asombro a un hombre vestido de blanco descender del cielo, una voz se dejó escuchar tres veces. Dominados por el estupor, no entendieron la voz las primeras dos veces que la escucharon, pero en la tercera, con toda la atención despierta, se escucharon con distinción las palabras «He aquí a mi Hijo Amado, en quien me complazco, en quien he glorificado mi nombre: a él oíd».

El testimonio del Padre Celestial en la era moderna

El Padre Celestial como testigo del Hijo

Una vez más, en nuestra época también se ha dejado escuchar esta voz para compartir este sobresaliente testimonio cuando un joven de catorce años de edad se dirigió a Dios para preguntarle cuál de todas las Iglesias era verdadera y, en respuesta a su oración, vio «una columna de luz, más brillante que el sol, y en medio de ella dos Personajes, cuyo fulgor y gloria no admiten descripción». Uno de ellos le llamó por su nombre y (prestemos atención ahora al significado de la acción) «dijo, señalando al otro: Éste es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo!»

 Que el Padre Celestial nos bendiga entre todos sus dones con la apreciación de éste, el más importante y sublime de todos los posibles testimonios. En el nombre de Jesucristo, el Hijo Amado. Amén.

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